Libros de Gertrude Athernon

Portada de Microsoft Word - muerte_condesa.doc

Microsoft Word - muerte_condesa.doc

Autor: Default

Temática: General

Descripción: 6 "¡Recen vuestros rosarios!" ordenó el cura, con severidad. "Recen vuestros rosarios, todos ustedes. Todos aquellos que no lo hagan, recen el 'Ave María' cien veces." Inmediatamente un raudo y monótono murmullo comenzó a ascender desde cada solitaria cámara de aquellas profanadas tierras. Todos, a excepción del bebé, que aún gemía con la inconsolable aflicción del niño abandonado, obedecieron el mandato. El cura sabía que ellos ya no volverían a hablar esa noche, y volvió a la iglesia para ponerse a rezar hasta el amanecer. Estaba enfermo de tanto horror y pavor, pero no por sí mismo. Cuando el cielo estuvo rosado y el aire lleno de las dulces fragancias de la mañana, un penetrante rugido rasgó el silencio matinal. El cura se apresuró en regresar al cementerio y volver a rociar cada tumba esta vez con doble ración de agua bendita. Luego que cesó el temblor de la tierra, el cura puso su oído en el suelo. ¡Ay, aún seguía conmoviéndose! "El demonio está nuevamente en vuelo", dijo Jean-Marie; "pero luego que pasó me siento como si el dedo del Señor hubiera tocado mi frente. No puede hacernos daño." "¡Yo también sentí esa caricia celestial!" exclamó el viejo cura. Varios "¡Y yo!" "¡Y yo!" "¡Y yo!" surgieron de cada tumba, a excepción de la del bebé. El cura, profundamente agradecido que su simple acción los hubiera conformado, marchó con rapidez hacia el castillo. Olvidó que no se interrumpió ni siquiera para dormir. El conde era uno de los directores del ferrocarril, y realizaría una súplica final a él mismo. Era temprano, pero nadie dormía en Croisac. La joven condesa había fallecido. Un gran obispo había llegado en la noche y le había dado la extrema unción. El cura preguntó si podía presentarse ante el obispo. Luego de una larga espera en la cocina, le he dicho que podría hablar con Monsieur L'Évêque. Siguió al sirviente a través de la escalera espiral de la torre circular, y luego de sus veintiocho escalones, entró a un salón adornado con tapizados púrpuras estampados con flores de lis doradas. El obispo estaba recostado seis pies por encima del piso, en una de las espléndidas camas talladas contra la pared. Grandes cortinas cubrían su frío y blanquecino rostro. El cura, que era pequeño y respetuoso, sintióse inconmensurablemente más pequeño bajo tan augusta presencia, y pidió la palabra. "¿Qué deseas, hijo mío?" preguntó el obispo, en su frío y cansado tono de voz. "¿Es algo tan urgente? Estoy muy cansado." Nervioso, el cura contó su historia, y mientras se esforzaba por transmitir la tragedia de la atormentados muertos, no solamente sentía la pobreza de su expresión (que estaba muy desacostumbrado en utilizar) sino que también le

Abrir Microsoft Word - muerte_condesa.doc | Descargar